jueves, junio 6

Odiaba bañarme en tu baño. Tenías una tina verde, sucia, llena de sarro y desperdicios; jamás me dejaste bañarme en ella, decías que no funcionaba, que si me bañaba allí me acabaría dando una infección de vías urinarias; a veces yo no creía que no funcionara, pensaba que te daba flojera ayudarme a poner el agua y después a sacarla. Al rededor de la tina había toda clase de botellas vacías, o a la mitad, que tenían años allí. Tu madre ponía sus chones a secar en las llaves de la tina, los colores que mejor recuerdo eran: blanco y rosa. No sé si ponía de otros colores u otras ropas, los calzones se me grabaron. El baño tenía dos ventanitas que no servían absolutamente para nada, excepto para dejar pasar un poco de luz y sonidos, no sé para qué estaban allí, supongo que para nada y de todos modos no importaba. El piso de la regadera estaba asquerosamente sucio, yo siempre me bañaba descalza. Dentro de la regadera había una sillita chiquita, como de esas que ponen en los jardines de niños; decías que allí te sentabas a llorar, desnudo. Tus padres eran ahorradores de agua, como medida ponían una cubeta dentro de la regadera; era verde según la quiero recordar, el agua estaba siempre sucia, llena de las esencias deslavadas de los cuerpos de tus padres; allí encontramos un grillo muerto (¿te acuerdas?) que me regalaste, olía a podrido y era inútil (como casi todo lo que me regalaste, píldoras, las ramitas que recogías, porque decías que yo andaba entre ramas, palitos, cosas muertas, hilos que recogías de quién sabe dónde, restos de lápices, pedazos de hojas muertas), el grillo se pulverizó, ya te lo dije la otra vez, pero eso es otra cosa. Lo peor de estar en la regadera era bañarse; jamás me salió agua caliente, tú me decías que primero había que abrir la llave del lavamanos para que el boiler encendiera, siempre gritaba en el baño cuando tenía que meterme al agua. El espejo que estaba arriba del lavamanos tenía una mancha en casi la mitad de él, jamás pude verme bien, supongo que a ti te gusta porque odiabas verte reflejado, el lavamanos estaba sucio, y se tapaba, tenía que sacarle el agua con una tinajita. La taza era verde, también como la tina, también como la tina, sucia; pero la taza olía a lo que huelen las personas que están enfermas del hígado, no sé cómo se llama ese olor, pero sí sé a lo que huele. La taza no estaba tan mal, porque tenía un cubre tapa sobre el que me gustaba sentarme a desnudarme para bañarme. Obviamente todo esto carece de sentido ahora, ya no sé si tu baño siga siendo lo que yo recuerdo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario